Podría escribir un tango. Pero “que veinte años no es nada” se me hacía un poco trillado. Después pensé en contar acerca de la relatividad del tiempo a medida que pasa, pero ya lo había contado hace un año para estas fechas (“Un balance de fin de año, muchos vinos”, 12 de diciembre de 2010, abajo, a su derecha).
Quien empieza a repetir historias que ya contó es que se está poniendo… “con experiencia”, por decirlo de algún modo.
Este año se va, y ni siquiera nos deja palpitarlo: las fiestas caen en pleno fin de semana. En lo que a mí respecta, estoy por vivir un año de dos años, como si éste no estuviese acabando. Porque la magia de terminar está en el rito, y si al rito le quitan el condimento, pierde su forma.
Ya danzaban grupos tribales sus ritos alrededor de los tótems cuyos significados simbolizaban diversas creencias que fundaban la identidad de los individuos que allí danzaban y del grupo como un todo.
Y es que nuestros ritos no difieren tanto de aquellos, excepto por los iPods, los antibióticos y los electrodomésticos. Los hombres y mujeres danzan alrededor de sus tótems como sus antepasados lo hacían en los primerísimos tiempos. El tótem de un año que termina y la esperanza renovada de un año que comienza es el combustible que nos permite hacer un tirón más.
Un año que termina y uno que comienza. Una semana que termina y otra que empieza. El anochecer del día y el amanecer del nuevo. La reencarnación sucesiva de la esperanza es una ilusión en la que nos apoyamos como aquellos tribales se apoyaban en la mitología de sus creencias.
El principio y el fin son ilusorios, meras interpretaciones parciales de la realidad que nos rodea, como un grupo de convenciones que no podemos evitar para afianzarnos a la sensación de seguridad sin la cual perdemos identidad y nos desvanecemos en el universo de nuestro existencialismo.
Porque sólo cuando adoptamos las representaciones ilusorias que se proyectan en la historia de la humanidad, sólo cuando aceptamos danzar tribalmente alrededor de los tótems que nuestro conjunto de creencias precisa para dar sentido a la existencia, es cuando nos sentimos totalmente realizados como individuos que forman parte del universo.
De este modo, pedimos que nos entreguen los fines de semana largos para las fiestas de fin de año, para que nuestro ser cobre la identidad, que nos permita danzar una vez más, alrededor de nuestros tan preciados tótems contemporáneos, nuestro fuego primitivo.