El Pelusa no escapó a la tragedia que le marcaba su destino. Hombre bueno, si los había. Este personaje, emprendedor y creativo por naturaleza, había estudiado por muchos años y, una vez recibido, encaró un par de proyectos que poco tenían que ver con sus estudios, pero le fue muy bien, sin lugar a dudas.
El Pelusa tenía un restaurante que le dejaba provechosas ganancias y una empresa de distribución de materiales para la construcción (o algo por el estilo). Tenía el éxito entre sus manos, sin codicia ni arrebato. Éxito puro y bien merecido. Se había casado con una bella mujer, con quien tuvo dos hijas y con quien viajó por tantos lugares como estrellas hay en el firmamento.
De la mano de un presidente argento llegaron los tiempos que precedieron la tragedia que culminaría en catastróficos eventos para el argentino medio pelo de Jauretche. Este presidente que instauró la pizza y champagne como modelo económico y social para unos pocos, llamados por algunos los cómplices de la debacle antológica nacional, sería quien introduciría los cambios macroeconómicos que –no azarosamente— mandaron finalmente al Pelusa a la bancarrota.
El Pelusa comenzó perdiendo el negocio logístico de entrega de materiales. Cubría monetariamente cada pérdida con el sudor y el esfuerzo del negocio todavía triunfante: el gastronómico. (Claro, en la sociedad de la pizza y champagne todavía había espacio para ciertos lujos). No obstante, cada ahínco por sostener sus logros pasados en el presente lo hundía cada vez más en sus fracasos futuros. Finalmente, el Pelusa quedó patas para arriba y sin un mango.
La mujer del Pelusa, siempre atenta y amorosa, abandonó al desafortunado marido, quebrado (y depresivo), y partió con sus hijas hacia otro hogar. (No alcanza este relato para describir la naturaleza abominable de este ser humano que vivía a expensas del entusiasta). Fueron tiempos difíciles para el Pelusa, sin duda, aquellos en los que se instalaría una plataforma en Córdoba, para enviar cohetes a la estratósfera que llegarían rápidamente a Japón.
El Pelusa, arruinado y sin motivos para no suicidarse, buscó desesperadamente una salida a tanto horror que lo sacudía y encontró una changa en un país vecino. El país de bandera verdeamarelha le dio nuevamente respiro al cabo de unos años, y fue entonces que el Pelusa decidió volver. Su ingrato país lo esperaba con más sorpresas, cual caja de pandora. Un amigo le ofreció un empleo simple y un techo temporario, y él aceptó con extrema humildad y gratitud.
El Pelusa, el ingeniero emprendedor quien otrora sostuvo dos exitosas empresas, ahora se encontraba manejando un transporte para pasajeros empleados de alguna corporación extranjera, con base en las afueras de la capital porteña. Ya no estaba el señor de las patillas amplias en la presidencia. Ya no estaban las empresas que el Pelusa había constituido. Ya no estaban los sueños que se diluyeron en la extrema amargura que el destino tenía reservada para él –la tragedia de nuestro héroe no fue distinta a la de otros, sino más bien, un calco repetitivo de la de tantísimos fantasmas—.
El transporte partía a las cuatro de la tarde para llevar a los trabajadores del barrio de Balvanera a zona norte, y volvía a las cinco y media desde el norte con otra tanda de personas hacia los pagos de Congreso. Esta rutina se mimetizó tanto con el Pelusa que ya no se distinguía la furgoneta del conductor. La monotonía gris que envolvió al Pelusa lo fue arrastrando a una prolongada congoja y a una tristeza infinita.
Una tarde, el Pelusa no apareció en la parada de Balvanera como de costumbre. Los pasajeros, indignados ante tal situación, que no les permitía llegar a sus cálidos hogares en horario, llamaron furiosos al amigo del Pelusa (dueño de la empresa de transporte), para destripar con argumentos medio pelo lo poco que podría quedar del protagonista –ya casi espectral—. Lo cierto es que el amigo del Pelusa poco supo decir, y de hecho no encontró a su amigo ni a la furgoneta, nunca más. No sería la primera ni la última vez que al Pelusa se le daba vuelta todo...
Se dice en el barrio de Balvanera, que quien se atreva a adentrarse en la zona de Congreso por las noches podrá ver, desde una esquina brumosa y espeluznante, una furgoneta transfigurada de aspecto difuso que carga fantasmas a las cuatro —de la madrugada— de manera rutinaria y gris, para cumplir con las mismas actuaciones nocturnas. Se dice que el Pelusa ahora forma parte del batallón espectral que canta los ditirambos a la tragedia de aquellos héroes que, destinados al fracaso, comparten los callejones oscuros, fríos, repletos de prostitutas, mendigos y borrachos del barrio de Balvanera.
Algunos juran haber visto a Carlos en la furgoneta del Pelusa, compartiendo algún que otro cigarrillo cómplice y cargando con más humo la brumosa atmósfera nocturna. Entre Carlos y el Pelusa, los silencios eran gratos e implicaban el reconocimiento mutuo de la fragilidad humana, de las causalidades fantasmagóricas que los conducían por esos lares, y de la grandeza que hay en la sensibilidad que solo se obtiene cuando se atravesaron tantos infortunios y desdichas.
En seguida, la furgoneta, ya de por sí desvanecida, se pierde entre la neblina, el humo del cigarrillo y los cánticos espectrales, junto a ellos, al compás.
Muy bueno..., hay muchos otros fantasmas que aún te están esperando en casi todas las esquinas de Balbanera.
ResponderEliminarBesosss,
mama
La última vez que me dijeron algo de esa índole, se trataba de una amenaza que tiempo después se materializó en las calles del barrio de Almagro... espero que éste no sea el caso.
ResponderEliminarGracias por la visita!
Su hijo
Calma Don Sos: lo noto tenso . . melancólico, no olvide que siempre queda la posibilidad ( secreto de un fantasma a otro ) de abandonar las nieblas y brumas de las esquinas de Balvanera, de vez en cuando, y cabalgar con los destellos de la luz que irradiamos por esas mismas calles, cuando estamos distraidos . . .
ResponderEliminarSi es por lo de distraído, sin duda cabalgo los destellos de esa luz -a la que usted hace mención- muy a menudo!
ResponderEliminarSaludos!
lo suyo no es "distracción" . . es "concentración" . . .
ResponderEliminarpor lo que puedo comprobar, Balvanera está poblada de " poetas nostálgicos " que creen pasar inadvertidos . . . pero no es así!!
ResponderEliminarno están solos . . no son etéreos . . .
son reales y muy queribles . .
qué maravilla poder disfrutarlos!!