PARTE 1: LA ZARPADA DE FORT LAUDERDALE
Tantas veces pensé en relatar
este episodio como tantas veces renuncié a hacerlo. Renuncié por miedo a no
poder serle fiel a los detalles precisos con que se desenvolvieron los hechos,
por temor a transformar un hecho tan relevante en un relato más, sin la
trascendencia y el impacto que tiene en mi memoria. Quizás tendría que haber
desistido para siempre, pero hoy estoy cometiendo el error de intentar
reconstruir los instantes vivos y únicos de aquel episodio marítimo.
Tenía dieciséis años, llevaba dos
de navegar y un entusiasmo por la náutica que hubiese infundido temor a más de
algún corredor de regatas desde la cuna (en aquellas bañeras flotantes que
llaman Optimist). Nos metimos en un
proyecto con mi familia (mi hermana, mi padre y mi madre) y otras cinco
personas más: dos muchachos de unos treinta años (mi edad actual), mi profesor
de náutica de aquellos años entrañables y dos piratas más, uno, dueño de una
flota de taxis y el otro, un periodista mediático de la radio. El velero, un
cuarenta y dos pies de eslora (unos doce metros de largo, en el castellano
barrial). El puerto de salida, Fort Lauderdale
en Florida (suena algo así como “Forloderley”).
Aquella se trató de una travesía
de una semana por los cayos de la Florida (Florida
Keys), donde pondríamos en práctica nuestros conocimientos. Para ese
entonces había aprobado los cursos de timonel y de patrón junto a mis viejos,
con el único inconveniente de que por ser menor de edad no me dieron mi brevet (algo así como la licencia para
conducir vehículos que flotan en el agua). Disfrutaríamos de una experiencia
inolvidable. Y así fue.
Como marineros de río, la primera
sensación al lanzarse a la mar en un velero fue que hasta ese momento nos
habían engañado con eso de que éramos timoneles en aquel charco triste del Río
de la Plata. La segunda sensación fue que el velero en el mar era igual de
insignificante que una cáscara de nuez en una pileta cargada de niños que
generan ondulaciones en su superficie. La tercera sensación, claro está: fue
mareo. El mareo de la primera zarpada al mar habría podido voltear a más de
uno, y creo que dentro de ellos estuve yo. Rápidamente mi mente encontró un
dulce equilibrio al producir una suerte de sueño que compensó ese mal momento.
Luego, con el correr de las horas, fui recomponiéndome y haciéndome dueño de
aquella cáscara que fue mi único terreno firme en medio de la inmensidad del
océano aturdidor. Ese hermoso escenario sin límites que es el mar abierto y esa
práctica de amantes que se llama navegar.
_ ………. _
Ilustración a modo de orientación geográfica del relato
muy bien!!! ha descripto el escenario y, parte de sus sensaciones... y, lo ha cortado justo para dejarme con la intriga... estare sumamente atenta a la parte 2...
ResponderEliminarjajaja buena onda, gracias por la intriga! saludos!
ResponderEliminarYa está redactada la Parte 2 y en etapa de revisión antes de salir....! Saludos!
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