martes, 28 de diciembre de 2010

La pendular característica argenta


Queremos democracia. Queremos libertad. Dejemos expresar a los pobres demandando su dignidad. Dejemos que corten las vías expresando su necesidad. Mientras nosotros frenamos y miramos su inmensa falencia letal. Dejen que alcen sus banderas, que agiten sus estandartes, que nosotros frente a la tele manifestamos nuestro profundo apoyo fraterno. Echen a las botas de verde, echen a los azules, echen a todos los colores, menos esas banderas negras y rojizas y a sus fieles y bronceados seguidores.
¿Qué está pasando muchachos, que ya nadie está llegando temprano y que no hay paro que se haya anticipado? ¿No será que de tanto en tanto se nos está yendo la mano? Miren esa ambulancia que está buscando un atajo. Mientras esas sirenas suenan, le bloquean más y más el paso. ¿Qué pasa con aquellos compañeros que cortan esa avenida? ¿Los cortes no eran sólo por comida y no simplemente por monedas de ajuste inflacionario?
Esto se está yendo de mambo. Todos perdieron el sentido de reclamo. Mientras suenan y suenan tambores, esos muchachos comen chorizos y hacen tiros al arco. ¿Qué importa ya si es por hambre o por un techo digno? La última no recuerdo incluso, si era siquiera por un algún pedido. Es que estos tipos te cortan y no les importa un pepino. Mejor replanteemos el asunto y saquemos a los caninos, que al correrlos de las plazas, seguro se acuerdan quién es el vecino.
Es que ya no importa que nosotros mismos seamos también rehenes de nuestro destino. Si ha de haber colores en aquellas plazas, que sean tan solo diversos tonos de verdes, marrones y algún amarillo. Ya no nos importa la democracia. Ya no nos importan las libertades. Si alguna vez quisimos libertades, sinceramente ya no recordamos nuestros motivos.

DON SOS

domingo, 12 de diciembre de 2010

Un balance de fin de año; muchos vinos

"Una noche de guitarreada y vinos en la Isla del Sol", Bolivia; Enero 2010. Fotógrafo: alguno que estaba ahí.

“Los años pasan cada vez más rápido”, pensé mientras miraba por la ventana de mi pequeña habitación. “Así pasa siempre, es sólo una sensación”, me atreví a agregar para menguar aquel sentimiento que crecía de manera irrevocable dentro de mí.
“Hay que cerrar el balance”, respondí mirando al espejo, mientras me afeitaba por la mañana. Bueno, afeitarse es una forma de decir, sería más acertado decir “retocar” la barba, que incesantemente busca cubrir la totalidad de mi rostro preocupado, con esto de que se va el año.
Días antes, durante una calurosa tarde del mes de diciembre, un amigo contador me había dicho: “Si el balance te cierra en rojo, lo dibujamos”. La humedad no perdona en este clima rioplatense, y eso complica aun más la inexcusable tarea de sintetizar los hechos del año ya casi extinto.
Dicen que los años no son cada vez más cortos, pero sí lo es la sensación que tenemos del paso del tiempo. Eso explicaría por qué sospechamos que cada año se nos pasa más rápido que el anterior, y que los años felices eran aquellos interminables de la infancia.
“¿Y vos qué sabés de eso?”, me preguntó un muchacho mientras almorzábamos en un comedor corporativo, entre pollos hervidos y agua mineral. “Claro, el tema es así…”, le dije a continuación, dándole una explicación más o menos certera, que creí suprimiría la duda que acababa de imprimirle –todo por culpa de mi defecto natural de profundizar hasta en lo banal de un evento cotidiano–.
Lo que le traje a colación fue que el paso del tiempo es siempre el mismo como concepto absoluto. Pero por el contrario, el efecto que nosotros percibimos es relativo. Cada año que pasa es un porcentaje cada vez menor del tiempo total que llevamos sobre la Tierra. Exactamente eso es lo que genera la angustiosa sensación que nos indica que cada año se va más rápido, sin dar aviso. Y en consecuencia, nuestra existencia finita se va agotando.
Por eso los supermercados cada vez arman más pronto los árboles de navidad y colocan los adornos con los que decoran sus locales. Por eso las estaciones del año van transcurriendo con más premura y menos pudor. Por eso la nochebuena nos encuentra cada vez más temprano con las manos vacías e improvisando.
Así, los balances quedan oscilando entre garrapiñadas y estruendos que reciben cada vez más pronto al año venidero y despiden más diligentemente nuestras cuentas sin saldar.  "La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes", dijo John Lennon una noche de intoxicación etílica y amistades pasajeras…
Le vamos a hacer caso al más famoso de “The Beatles” y vamos a –para parafrasearlo como el Señor manda— hacer las compras en “el chino”, donde encontraremos a precios moderadamente dañinos todas las cervezas y casi todos los vinos. Y como dijo un amigo: “¡Que el balance no cierre! Pero por favor, ¡que no me falte el vino!”.
Y así nos vamos despidiendo de nuestro público…

DON SOS

sábado, 4 de diciembre de 2010

El universo tiende al olvido


“El universo tiende al olvido”, mencionó aquella vez el Negro Dolina por la radio, haciendo referencia a lo que un radioescucha le había enviado por escrito en un papel. Era una noche fría, en la que la compañía de las Venganzas era un alivio para la soledad que el alma manifiesta en la gélida oscuridad del invierno.
Cuán sabias parecían aquellas palabras que retumbaban una y otra vez en mi cabeza, mientras la primera reacción del equipo de locución al escucharla fue la carcajada. Enseguida se recompusieron y, con el Negro a la cabeza, retomaron el tema con la solemnidad que merecía.
Pues aquellas palabras parecían no tener desperdicio. Porque el tiempo sana las heridas y las cicatrices pasan a ser un paisaje tan natural que difícilmente alguna vez alguien vuelva a cuestionar las causas que les dieron origen.
Porque a nadie le importa. A nadie le importa quién ejecutó tal o cual papel en la obra teatral de la vida. Porque nunca importó. Solamente sobre el escenario el actor es recordado y hasta intensamente aplaudido: porque se lo ve, porque se lo percibe.
Pero la gente recuerda a los grandes actores de la historia, la gente recuerda a los genios que contribuyeron a hacer de este un mundo mejor. Mentira. La gente recuerda la personificación que los actores encarnaron durante la obra de teatro, sobre el escenario de sus ahora extintas vidas. La gente conmemora el significado de lo que ese papel suponía y transmitía frente a las escenografías montadas por la producción del universo.
Por eso el universo tiende al olvido, por eso ese hombre  —que escribió al programa cuya gloriosa función protagónica encarna maravillosamente el Negro— poseía sin duda una pieza del rompecabezas de la intrascendencia existencial. El universo sólo pone en escena a algunos pocos actores, que creen ingenuamente que se los recordará por sus existencias, en lugar de rememorárselos por las representaciones que personificaron.
El universo tiende amargamente al olvido cuando se toma consciencia de que el papel interpretado fue tan solo un mero espejismo de una falsa realidad proyectada por otros, cuando la imagen montada se desvanece en la nada y se encuentra una vez más sin rumbo ni dirección, a duras penas, en el lugar donde todo empezó.
El universo tiende afortunadamente al olvido, cuando se entiende que nunca nada de todo aquello ameritó siquiera una lágrima, ni un veneno, ni un suspiro, y mucho menos aún, pedir perdón.

DON SOS