viernes, 16 de diciembre de 2011

Otro año que se va



Podría escribir un tango. Pero “que veinte años no es nada” se me hacía un poco trillado. Después pensé en contar acerca de la relatividad del tiempo a medida que pasa, pero ya lo había contado hace un año para estas fechas (“Un balance de fin de año, muchos vinos”, 12 de diciembre de 2010, abajo, a su derecha).

Quien empieza a repetir historias que ya contó es que se está poniendo… “con experiencia”, por decirlo de algún modo. 

Este año se va, y ni siquiera nos deja palpitarlo: las fiestas caen en pleno fin de semana. En lo que a mí respecta, estoy por vivir un año de dos años, como si éste no estuviese acabando. Porque la magia de terminar está en el rito, y si al rito le quitan el condimento, pierde su forma.

Ya danzaban grupos tribales sus ritos alrededor de los tótems cuyos significados simbolizaban diversas creencias que fundaban la identidad de los individuos que allí danzaban y del grupo como un todo. 

Y es que nuestros ritos no difieren tanto de aquellos, excepto por los iPods, los antibióticos y los electrodomésticos. Los hombres y mujeres danzan alrededor de sus tótems como sus antepasados lo hacían en los primerísimos tiempos. El tótem de un año que termina y la esperanza renovada de un año que comienza es el combustible que nos permite hacer un tirón más. 

Un año que termina y uno que comienza. Una semana que termina y otra que empieza. El anochecer del día y el amanecer del nuevo. La reencarnación sucesiva de la esperanza es una ilusión en la que nos apoyamos como aquellos tribales se apoyaban en la mitología de sus creencias.

El principio y el fin son ilusorios, meras interpretaciones parciales de la realidad que nos rodea, como un grupo de convenciones que no podemos evitar para afianzarnos a la sensación de seguridad sin la cual perdemos identidad y nos desvanecemos en el universo de nuestro existencialismo.

Porque sólo cuando adoptamos las representaciones ilusorias que se proyectan en la historia de la humanidad, sólo cuando aceptamos danzar tribalmente alrededor de los tótems que nuestro conjunto de creencias precisa para dar sentido a la existencia, es cuando nos sentimos totalmente realizados como individuos que forman parte del universo.

De este modo, pedimos que nos entreguen los fines de semana largos para las fiestas de fin de año, para que nuestro ser cobre la identidad, que nos permita danzar una vez más, alrededor de nuestros tan preciados tótems contemporáneos, nuestro fuego primitivo.


miércoles, 30 de noviembre de 2011

Dicotomías argentas



A medida que observamos el comportamiento del argentino promedio, encontramos que son más las cosas que nos separan que las que nos unen. Por eso son escasas las situaciones en que la bandera nacional flamea al son de un único compás: un mundial, un mundial, o… un mundial.

Pero, ¿es esto acaso un síntoma negativo? A priori muchos dirían que sí, que otras culturas poseen un sentimiento y una unión nacional más grandes, donde la gente lucha por el interés común y el bienestar  público, donde la sensibilidad social logra atravesar las fronteras de la burguesía reaccionaria. Particularmente,  nosotros no encontramos ningún ejemplo de estos.

Nuestro deseo es destacar las virtudes ocultas en nuestras dicotomías. El argentino tiene la necesidad de generar debate, y el debate enriquece el conocimiento y la comprensión de aquello contra lo cual se argumenta un determinado punto de vista. No importa qué punto de vista defiende, sino qué necesita defender uno: el opuesto del que tiene adelante. 

Esto se ha acuñado así, como una verdad inherente al ser argento, desde los Realistas contra los Revolucionarios Nacionalistas, pasando por los Federales y Unitarios, Peronistas y Gorilas, hinchas de Racing contra hinchas del amargo. De esta manera, se extenderían las diferencias hasta con nimiedades tan efímeras y carentes de esencia como quién tiene tal o cual parte del cuerpo más grande que la del otro contra el cual se está debatiendo de manera netamente argumentativa.

Ya desde tiempos remotos existe la necesidad humana de la dualidad que complementa y al mismo tiempo confronta dos realidades opuestas: el cuerpo y el alma, el bien y el mal, la trinidad y un único Dios, etc. Todas estas dualidades habrían sido heredadas de la simple observación de la naturaleza, la cual mostraba en su seno mismo esta dicotomía: la noche y el día, el hombre y la mujer, el cielo y la tierra, el blanco y el negro, que acabaría por enfrentar, en nuestros días, hinchas de Rosario Central y de Newells en las cercanías de Arroyito. Todo eso ya estaba impreso en la realidad creada.

El argentino, a lo sumo, es una demostración de la dualidad que existió en la naturaleza desde sus primeros días, con una evolución escasamente desarrollada para modificar este primer análisis, como para llegar a uno superador. De todos modos, es admirable la imperturbable condición y la actitud que muestra al elaborar dialécticamente argumentos organizados con una perfección evolucionada, para defender hasta aquello en lo que él mismo no cree.

El argentino es un maestro de la oposición sin fundamentos, un catedrático de la dicotomía sin contenido, un guía espiritual para orientar a la vereda de enfrente (siempre que su opositor no se halle previamente allí). Es más, seguramente usted, lector, ya debe tener una opinión formada que se opone totalmente a lo relatado en esta publicación y, por eso usted, sin duda, es argentino.


 

domingo, 16 de octubre de 2011

Tributo a “La naranja mecánica”. Joroschó



Como todas las semanas, me hallaba nuevamente con el silaño de no construir meselos suficientes para escribir algo bien joroschó. Algo de lo que no se smecaran mis duchos lectores cuando smotaran el blog y se encontraran con esta vesche tan extraña.

Me encontraba de nuevo en este mesto, con la ya starria costumbre de videar qué pondría. Y se me ocurrió que este odinoco Narrador, Don SOS, era un sectario más. Como los católicos visitan todos los domingos el domo de Bogo para escuchar lo que el chaplino tenía para scasar. Como los málchicos iteaban a la cancha para crichar hasta volver rojos los gorlos por sus equipos de fútbol y, entre jugada y jugada, aprovechaban para crastar algunas golis, manguear algunos cancrillos y cuperar algunos choris grasños. 

También este, su starrio Narrador, tenía un culto semanal de cual no podía ucadir. Tenía un compromiso. ¿Con quién? ¿Con sus drugos del blog? ¿Con las débochcas y chelovecos que entran a smotar? Seguramente. Pero ya no contaba con historias de nasdat, de cuando quedaba pianitso después de pitear unas cuantas cervezas y tenía que lidiar con schutos militsos. Claro, nosotros no tolchoqueabamos a nadie, no eramos chelovecos de la ultraviolencia, no. Pero iteabamos en schaica como tantos otros liudos que sí cargaban con usys, britbas y nochos. Esos sí eran besuños de la ultraviolencia, y había casos donde se sabía que habían llegado al unodós unodós. Muy málchicos, maluolo, no joroschó, no.

Como escaseaba de rascasos decidí goborar estos slovos realmente joroschó para homenajear el trabajo de Anthony Burgess, La naranja mecánica, y su lenguaje nasdat, el cual ustedes, estimados drugos, podrán videar a continuación, como referencia para ponimar este texto besuño.


¡Gracias besuños drugos, Bogo sea con ustedes!


GLOSARIO NASDAT usado en este post:

 besuño: loco
 Bogo: Dios
 britba: navaja
cancrillo: cigarrillo
crastar: robar
crichar: gritar
cuperar: comprar
chaplino: sacerdote
cheloveco: individuo
débochca: muchacha
drugo: amigo
goborar: hablar, conversar
goli: unidad de moneda
gorlo: garganta
grasño: sucio
gronco: estrepitoso, fuerte
itear: ir, caminar, ocurrir
joroschó: bueno, bien
liudo: individuo
málchico: muchacho
maluolo: mal, malo
meselo: pensamiento, fantasía
mesto: lugar
militso: policía
nadsat: adolescente
nocho: cuchillo
odinoco: solo, solitario
pianitso: borracho
pitear: beber
ponimar: entender
ptitsa: muchacha
rascaso: cuento, historia
scasar: decir
schaica: pandilla
schuto: estúpido
silaño: preocupación
slovo: palabra
smecar: reír
smotar: mirar
starrio: viejo, antiguo
tolchoco: golpe
tolchoquear: Golpear
unodós: cópula, copular
usy: cadena
vesche: cosa
videar: ver

domingo, 9 de octubre de 2011

Cigarrillo fumado



Estaba un tanto preocupado, caminando de aquí para allá sobre baldosas húmedas, recientemente azotadas por las gotas de una tormenta pasajera. Mientras inspeccionaba de manera aleatoria todos los rincones de aquel salón insalubre, tomaba decididamente el paquete de cigarrillos que siempre llevaba conmigo.

Por supuesto que la soledad siempre se ve más soslayada con la compañía de aquellos cilindros rellenos con tabaco. No había momento que no tuviera de estos en mi bolsillo o en la mesa de luz. Su ausencia significaba una intranquilidad que no se extinguía sino hasta la adquisición del próximo paquete tóxico.

“Prohibido fumar” parecía la señalización de aquellos lugares que de manera anticipada se designaban como trincheras enemigas, donde la propia presencia no era bienvenida. El círculo rojo con la barra cruzada sobre la imagen de un cigarrillo parecía una amenaza racial que me dejaba del otro lado de la puerta de ingreso.

Y allí me encontraba otra vez. Caminando entre las cuatro esquinas del salón de fumadores como quien está buscando una solución desesperada a algún problema matemático de difícil solución. Sí hacía algunas cuentas, pero mis pensamientos se veían interrumpidos por la sistemática aparición de las ganas de encender ese cigarrillo para el cual había ingresado al salón.  De modo que decidí retirar el cilindro venenoso de la caja recién comprada. 

De manera elegante lo tomé por el extremo que se enciende y comencé a darle pequeños y sutiles golpecitos contra la estructura del gran cenicero receptor de emociones quemadas. Para aquellos que desconocen este mecanismo, no se trata de otra cosa que de comprimir el tabaco dispuesto de forma desordenada en el cilindro de seda contra el filtro, que nos genera la falsa sensación de estar protegidos más allá de lo perjudicial del acto de fumar.

Luego saqué el encendedor Bic de mi otro bolsillo y lo acerqué al extremo del cigarrillo ya acomodado entre mis labios. Si ustedes se detienen en la seda que conforma el cilindro del tabaco, podrán ver finas circunferencias grises de pólvora, dispuestas a idéntica distancia, de modo de asegurar que el fumador podrá disfrutar de su envenenamiento de manera ininterrumpida. 

¡Qué placer sentí cuando encendí el cigarrillo! Todos los pensamientos negativos que me venían aquejando durante la caminata fluctuante y aleatoria entre aquellas cuatro paredes se disolvían en el acto mismo de la primera aspiración de humo. Los pulmones recibían las primeras bocanadas y le enviaban a la mente la idea de que un mundo mejor era posible, de que todos los problemas acumulados podían resolverse, o que, en el fondo, no tenían mayor importancia como para preocuparse.

Así funcionaba la cosa (del latín, la res). Más fumaba y más claro parecía el panorama –al menos en ese preciso momento, que habría que reforzar de manera incesante—. Veía yo las brasas rojizas avanzar sobre la seda que iba quemándose y haciendo diminutos estallidos a su paso. (Qué invento genial había sido el del cigarrillo, que nos proveía de una seguridad que nos protegía en los momentos de mayor desasosiego.)  Inhalaba el humo tranquilizante y lo exhalaba una y otra vez. Con cada exhalación parecían alejarse las inseguridades, los miedos, los apegos. Con cada inhalación de humo parecían ingresar en mi cuerpo las certezas, las calmas y las fuerzas  para superar las penas transitorias. Las brasas avanzaban dejando cenizas a su paso, que tenía que volcar en aquel cenicero colectivo donde todas las penas se unen como en un cementerio se juntan los familiares a llorar por sus parientes difuntos. 

El humo del salón se hacía espeso, y por momentos se hacía difícil asegurar que el humo inhalado provenía únicamente de mi propio cigarrillo, o si era una sumatoria de emociones quemadas por los fumadores transeúntes del salón. Me detenía metódicamente a observar la consumación del acto que duraría lo mismo que la idea de serenidad. La cercanía del frente de llama al filtro marcaba como un reloj de arena el tiempo de felicidad restante. De modo que, paradójicamente, la alegría era inversamente proporcional a la duración del momento.

Súbitamente me vi consumiéndome, consumido, con una corriente de humo que atravesaba mi interior y sin hallar la forma de detenerla. Cada pasaje de humo se volvía cenizas en mis extremidades inferiores y me provocaba un dolor demencial con el avance de las brasas que me iban quemando poco a poco. Con cada explosión de pólvora, mi ser se agotaba y ya no podía frenarlo, tenía los segundos contados y las emociones me atravesaban con la furia de quien me consumía, mi dueño, el motivo de mi existencia y el motivo de mi deceso final. El último impacto que recibí fue contra aquel cenicero comunal, como una maza golpeando contra mi cabeza, las últimas cenizas de mi materialidad caían en el cementerio de las emociones extintas, maltrechas y lastimosamente malgastadas.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Un poema al Gordo. Capítulo 9



Tito meditaba pensativo e impotente frente a la hoja en blanco. Tito nunca profesó la literatura como un medio de expresión viable para canalizar sus frustraciones, vaya a saber qué estaría pensando redactar aquella noche fría de invierno. Tito era un tipo sencillo, como quien diría, de barrio. 

Toda su infancia la pasó entre sus estudios –muy poco–, su hogar y un grupo de amigos con quienes jugaba a la pelota en un potrero humilde. Allí se formó una barra fabulosa, con personajes de lo más heterogéneos pero siempre cálidos y leales –o al menos eso creían–.

Entre la pandilla del potrero estaban El Tano, Tito, El Panza, El Negro y otros tantos apodos más, siempre tan característicos de la vida barrial de los pagos sureños.

El Panza, característico por su redondez cuasi extravagante y desbordada, era objeto de copiosas burlas de parte de la barra, y no faltaba quien pateara la pelota con más fuerza al llegar al área, no con intención de llevar a su equipo a la victoria sino para ver al Panza desparramado con su inmensidad sobre la tierra, o peor aún, para estudiar el impacto de la esfera de cuero al ser atajada con la superficie de su cara.

Hasta aquí, el Panza era claramente una víctima de su grandeza extraordinaria, o más bien debiera decir, de su gordura. Pero con el pasar de los años El Panza fue acumulando una sed de venganza que lo transformó en un genio para hacer dinero y exhibirlo frente a los victimarios de aquellos años tortuosos.

Es cierto que esta banda de nefastos cuasi delincuentes no merecía mayores consideraciones, pero tampoco había llegado a los prontuarios de ninguna comisaría ni había cometido violaciones que llevara a sus miembros a visitar algún juzgado de menores. Sin embargo, el Panza, repleto de animosidad en su accionar, pulió y perfeccionó los artilugios con los que llegaría a amasar fortunas, a expensas, entre otros, de sus amigos del barrio.

Tito, quien no se había reido precisamente de la redondez del Panza, ahora sufría los embates de éste al punto de acabar en bancarrota, sin un peso y con una deuda que estaba más roja que la cara del Panza cuando se reía después de unos vinos. 

Tito, años después de aquellos partidos inolvidables de potrero, se encontraba ahora con una mano atrás (¿o se dice detrás?) y otra adelante frente a la hoja en blanco. Esta situación podría haberle sugerido a más de uno que lo que estaba planeando el viejo Tito era la redacción de su carta final antes de pasar a algún mecanismo trillado por el cual un hombre se quita la vida. 

Finalmente, contra todos los pronósticos esperables, Don Tito –bruto, mundano, algo machista y pacato—, se había convertido en un Fantasma de Balvanera condenado a una vida llena de insatisfacciones, cuyo reloj se detuvo el día que el Panza le tendió la última trampa que lo despojó de todos sus bienes. En estas condiciones se embarcó a la tarea de redactar una obra literaria que quedaría plasmada en el corazón de Balvanera para el goce de su público espectral:

“Un poema al Gordo:

El gordo iracundo, con la cara redonda, roja y llena de furia, solía ser además un petulante flatulento que descargaba sus gases sobre el resto de los mortales.

El gordo iracundo, con la cara redonda, roja y llena de furia, estaba repleto de gases en su interior, mas no ocurría lo mismo con las ideas. Aquellas quedaban cubiertas por las flatulencias que se acrecentaban día a día por la impotencia que lo sacudía; arrinconadas y acechadas cada vez más por la pestilencia de su interior.

El gordo iracundo, con la cara redonda, roja y llena de furia, al descargar sus gases flatulentos sobre el resto de los mortales, se debilitaba con cada gas, con cada ventosidad. Porque al ser estas las únicas cosas que conservaba en lo más profundo de su ser, con cada liberación de flato yacía éste más vacío en su interior. 

El gordo iracundo, con la cara redonda, roja y llena de furia, se extingue con cada acción, porque no consigue paz que sacie su demandante extravagancia y su paranoia sideral.

Catarsis Literaria”


Luego de escribir esto se puso de pie, encendió un cigarrillo –el último del paquete— y emprendió su camino al encuentro de aquellos solitarios seres fantasmales, a compartir la soledad con otras soledades, pues Tito no dudaba de que cualquier acto que pretendiera demostrar otra cosa distinta al destierro era pura ficción, y que él, para ficciones, ya había tenido demasiadas.


viernes, 16 de septiembre de 2011

De “SOS Me fui a vivir solo” a “Relatos contra literatura”



Cuando hace unos días cambiamos el nombre del blog de “SOS Me fui a vivir solo” a “Relatos contra literatura”, una multitud de personas se agolpó en las puertas de la redacción.

Era de esperarse una reacción de nuestro querido público, que se encontraba desorientado, e incluso, algunos no han llegado siquiera a localizarnos. No fue motivo de cuestionamientos el porqué de haber cambiado el nombre tradicional de SOS, sino más bien las razones que nos impulsaron a la nueva razón social, a titular este histórico espacio que ya cumple dos años como: “Relatos contra literatura”. Por ello nos apartamos de la línea editorial para permitirnos explayar, a los ojos de nuestros siempre preciados lectores, los fundamentos correspondientes, que no son suficientes cada uno por sí mismo, sino por la sumatoria de ellos.

Explicación etimológica:

La contraliteratura, paraliteratura o subliteratura es una nueva clasificación peyorativa que se le da a la literatura reciente frente a los clásicos históricos, por parte del círculo elitista del intelectualismo. Desde ya que, frente a una posible categorización de nuestros relatos, de ninguna manera cabía alguna que no fuera acaso peyorativa, e incluso, controversial.

Los relatos y la literatura parecieran ser términos por lo menos familiares. Aquí, los enfrentamos con la palabra “contra”. ¿Cómo podría un relato estar contra la literatura? Es acaso una suerte de negación de sí misma o, por lo menos, un planteo que pareciera despertar intríngulis.

Explicación literaria:

En una entrevista famosa de la televisión española a Julio Cortázar, éste menciona, al hablar de su obra Rayuela, que si bien mucha gente la había  caratulado de antinovela, él prefería llamarla contranovela, por una serie de motivos que no interesa ahora profundizar.

Sería poco serio decir que estos relatos tienen algo que ver con la obra maestra de Cortázar, o que quien escribe tiene siquiera una pizca de su genialidad. Simplemente se tomó esta idea como motivadora, también, del título tan cuestionado.

Explicación filosófica:

Como dijimos anteriormente, la idea de “Relatos contra literatura” pareciera presentar una contradicción controversial.

El nihilismo es una corriente filosófica que se basa en la negación del ser, en la negación de los objetivos últimos de la vida humana y en una serie de bajones que no queremos describir. Nietzsche fue uno de los filósofos de la corriente nihilista, no sabemos si de los más importantes, pero por lo menos de los más famosos.

Nietzsche llegó a sostener que Dios no existe, y hoy los grafitis por las calles se burlan de este filósofo diciendo “Nietzsche no existe. Firma: DIOS”. La soberbia que tiñó los atisbos de este señor llegaron incluso a servir de base al movimiento nacido en Alemania que terminaría años después con el holocausto.

En deshonor a este filósofo, actualmente tan reconocido, en repudio al juicio oscuro de este sátrapa cuyo espíritu se consumía con cada uno de sus pensamientos, también dedicamos el nuevo título del sitio “Relatos contra literatura”. Una suerte de sarcasmo nihilista en cuya negación se destruye aquello mismo que se está afirmando, de modo de burlar a aquel personaje –al que tanto respetamos—.

Explicación pragmática:

“SOS Me fui a vivir solo” ya no representaba la realidad del sitio. De ningún modo creemos que el aire controversial que describe “Relatos contra literatura” esté a la altura de las circunstancias, pero al menos disfraza un poco más, con la fachada, el vacío de nuestro interior –el interior del blog, claro—.

Explicación histórica:

Si bien se sabe que a la historia la escriben los vencedores, nosotros no pudimos dejar de hacer sonar algunos tambores –o al menos unos cajones peruanos, o unas cacerolas de modestas dimensiones—.

Porque un blog sin historia es un blog sin memoria, no nos desprendimos de la nuestra. Porque quien no conoce su historia está condenado a repetirla, y tenemos terror de atravesar nuevamente los mismos senderos del pasado. Al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar, decía Machado, y tiempo después cantaba el Nano Serrat.

Es por ello que mantenemos los contenidos, los miembros e incluso el apodo del escritor protagónico: “Don SOS”.  

Finalmente, esperamos haber desasnado las dudas de nuestros queridos lectores, a quienes invitamos a compartir, debatir, opinar, saludar y otros tantos verbos más dentro del blog que estrena título, pero que en esencia sigue siendo lo mismo: nada del otro mundo.

Un fuerte abrazo y muchas gracias a todos: a los que recién se suman, a los intermitentes y a los históricos. 

¡GRACIAS!

sábado, 10 de septiembre de 2011

La banda del Sur. Capítulo 8



No fue sino hasta un tiempo después, que algunos de los fantasmas, entre ellos, Carlos, El Pelusa y El Gaita (el canillita que siempre les daba el diario de ayer a Carlos y al Pelusa mientras fumaban en la furgoneta) se atrevieron a cruzar la frontera que delimitaba su accionar espectral.

Era de esperar que la gente del Sur, de donde era por ejemplo el Gaita, desconociera algunos aspectos culturales de las sociedades lejanas y cosmopolitas. De algún modo, el Sur siempre fue lejano y desolado, con construcciones más bajas y una estética menos glamorosa. El Sur aparece como un punto cardinal un tanto olvidado en el mapa de las memorias modernas.

Pero como un poeta charrúa asentó alguna vez en un papel en un momento de rebelión: el Sur también existe. Todos saben de qué hablamos aquí cuando hablamos del Sur. Está claro para todos que el Sur es lo que está situado de este lado de Rivadavia: del lado de Balvanera.

Cuando los muchachos de Balvanera cruzaron en las noches desiertas la frontera que imponía Rivadavia, se encontraron con que no eran la única banda de fantasmas de la ciudad. Muy por el contrario, parecía que había entidades fantasmales de todos los barrios y de todos los tiempos, y que el misterio que se manifestaba en la zona de Congreso era simplemente una porción del universo infinito de espectros.

El Gaita, en su afán por conquistar nuevos horizontes –tal como lo habían hecho sus antecesores del Imperio del Plus Ultra— y mercados para su negocio de diarios y revistas, se lanzó a estudiar las costumbres de su clientela a cautivar.

Al Gaita le resultó curioso encontrar fantasmas que se juntaran a tomar el té en lugar de merendar, que encontraran colorado al color rojo de la sangre, que hallaran a la luna divina en vez de encontrarla hermosa, y que a varios se les cayera una papa de la boca, por no tener materialidad suficiente a causa de su condición fantasmagórica, que les permitiera sostenerla en su posición original. 

Tantas diferencias sorprendieron al Gaita, todavía vehemente en la invasión comercial de las tierras foráneas. Paseando una madrugada se encontró, a las cinco –a plena luz de la luna—, con un grupo de señoritas tomando el té. Entre ellas estaban Pilu, Nené, Teté, Felicitas, Martina, Delfina, Dolo, Loli y Rochi. El Gaita, un clásico compadrito y galán, y convencido de que sería una jugada sencilla, se arrimó al grupo con una sonrisa que se pronunciaba sobre el costado izquierdo de su rostro y dijo: “Buenas tardes, hermosas damas. Disculpen que interrumpa su merienda…”. Fue automáticamente ignorado por el conjunto de féminas, quienes nunca más le dirigieron la mirada, si es que en algún momento lo habían hecho por otro motivo que no fuera la desconfianza.

Este evento se repitió en una sucesión infinita de incompatibilidades geográficas que no sólo impidieron el crecimiento monetario del Gaita, sino que despertó, incluso, antiguas rivalidades. Algunos dirían casi tribales. Esto sucedió cuando finalmente el Gaita, en su afán por el fin de lucro incesante de monedas, osó captar la atención de un señor, comentándole los resultados futbolísticos del fin de semana anterior, a lo que sólo recibió vilipendios como respuesta, por hacer referencia a deportes de animales y no hablar del rugby de los caballeros de tradición

La serie de infortunios que le sucedieron al Gaita no parecieran ser más que una continuación de los fracasos acumulados en el Sur, cuando todavía no se había transformado en fantasma, como si una suerte de ley universal lo llevara a concretar una y otra vez las mismas acciones, con las mismas consecuencias, más allá de los artilugios a los que acudiera.

Lo que siguió fue anecdótico. Los cánticos que se escucharon por noches enteras parecieron estar divididos por la Avenida Rivadavia, como las populares de un estadio de fútbol. Los fantasmas se juntaron a ambos lados, enfrentados, a entonar mediante el uso de la garganta y el ingenio popular –claramente asociado más a Balvanera que a la Recoleta— estrofas pintorescas que describían los aspectos del barrio rival, de manera peyorativa y rencorosa. Varios lanzaron botellas, en respuesta a los agravios vecinos pero, una vez más, las botellas atravesaron la inmaterialidad de los contrincantes, sin éxito de impacto.

Sin duda, había nacido una vez más, como si la historia se repitiera en una suerte de ciclos de destino inevitable, una rivalidad que no se diluiría fácilmente. 

viernes, 9 de septiembre de 2011

Mi tía, la fantasma. CARTA de Lectores #1



Estimado Don SOS, veo que se ha apoderado de usted Balvanera... "mi barrio natal"...
debo confesarle que siempre ha sido un lugar de "hechizos"...
ya desde mi niñez, fui atrapada por ese entramado, que solo las almas atormentadas podemos reconocer...
aun hoy, casi medio siglo después, puedo sentir al caminar por sus calles aquella extraña sensación... y, si cierro mis ojos en la esquina de México y Entre Ríos, todavía puedo escuchar el ruido de las bolas de billar golpeándose entre si... el de los sifones de soda de los típicos vermuts de aquel cafetín y, del que siempre había algún hombre bien dispuesto a dispensar algún piropo bien verseado a alguna muchacha que pasara por allí; a las mujeres que comentaban las novedades de Radiolandia con el kiosquero y, al policía parado en su garita dirigiendo el transito... y siento el calor de "esa mano" que me sujetaba, para poder cruzar la avenida...
el bullicio de la gente apurada haciendo sus compras en tiendas "tradicionales" del barrio, saludándose unos a otros, ya que casi siempre se cruzaban con algún vecino...
era la época de apogeo, si, el apogeo de una clase media creciente... que se instalaba en esta zona, pensando que solo unas veinte cuadras los separaban de Barrio Norte, lugar de gente pudiente... lo imaginaban como el "puente" a lo anhelado...
pero pobres criaturas, no sabían, que así escalaran económicamente, algunos, jamás abandonarían Balvanera...
y así con el transcurso de los años, y de los vaivenes del país, las manzanas de Balvanera se fueron despoblando y repoblando... pero aquellos que emigraban del barrio, en busca de otros sueños... se llevaron sus maletas, sus enseres, pero sus almas quedaron allí varadas...
melancólicas, comenzaron a deambular las calles en busca de otros cuerpos que las aceptaran, las escucharan... y, las abrazaran...
pero, los nuevos integrantes Balvanera, lejos estaban de recibirlas, ni siquiera las percibían, ya que sus entrañas llenas de ambiciones estaban...
ante esta situación, solo les quedo una opción, reunirse al oscurecer, para danzar juntas al compas de sus llantos...
fue así, que comenzaron a entristecerse sus cantos y, a tornarse sus ojos grises...
no es de extrañar que, ningún parapsicólogo, científico o erudito, que no fuera nativo de este barrio pudiera desentrañar estos misterios...
ya que solo aquellos que habitamos allí y, nos mudamos, pudimos descubrir "el secreto"...
Balvanera está construida con las manzanas de "los sueños"... de "las metas"...
por eso las almas desean quedarse allí, para adentrarse en otras y, colmarlas, desbordarlas...
así fue que descubrieron que son muy pocos los que las perciben... solo los que tienen una extremada sensibilidad, los que se sienten atemporales...
fue de esa manera que los encontré... en una de esas noches cerradas, que oscurecían mis pensamientos y atormentaban mi alma... donde mi desconsuelo y desorientación se sumían en un interminable dolor...
al principio pensé, que eran mis ojos enrojecidos y llenos de lagrimas que me devolvía una imagen distorsionada...
después ese brillo en esos ojos grises..., no me asustaron..., me intrigaron...
temí haber perdido la cordura, pero cuando estaba convenciéndome de ello, sentí un resplandor suave, tenue, que me aliviaba...
cuando menos lo esperaba sus ojos se habían tornado de un gris plomizo... oscuro... profundo... tormentoso... que se llevo con él, mi tormento...
comencé a verlo mas nítidamente... ahora solo sus ojos eran grises... su vestimenta era más clara de lo que a primera vista me había parecido... y fue entonces cuando lo vi desplegar sus alas...
siiiiiii, era UN ANGEL!!!!
a partir de esa noche nos hicimos inseparables... hasta que me mude... él no se quejo, me acompaño, pero notaba su nostalgia... y su fatiga al deambular.... de Balvanera a casa...
hasta este sábado en que leí su blog...
entonces le pedí al ANGEL, que se quedara por sus lares Don SOS...
que le dijera a los demás que allí vivía un hombre, lleno de sueños, que necesita que lo habiten y lo embriaguen de felicidad y, alejen sus tormentos y tristezas...
que le expliquen a Ud., Don SOS, que los ANGELES no siempre van al cielo, que a veces desean quedarse a abrigarnos y, no desplegar sus alas fuera de este barrio...
confíe en mi Don SOS, créame... si lo descubre, mírelo a los ojos y escúchelo...  yo conozco muy bien a este ANGEL...
se llama Miguel... y es Mi Papá...

p.d.: cuando lo encuentre por favor dele dos mensajes...
que nacho lo está buscando y, como últimamente no lo puede ver, teme que se haya ido, por eso escribio en el muro de su facebook "abuelo, escapate un ratito del cielo y vení a abrazarme" y, que yo lo sigo amando profundamente, y que por eso le pido que despliegue sus alas y vaya con Ud. Don SOS...

nota: se que a veces por excesivo respeto, parezco distante...
Pero quiero que sepa que las puertas de mi casa y de mi corazón están abiertas siempre...
Porque YO, YO LO QUIERO DON SOS!!!

domingo, 4 de septiembre de 2011

Ditirambo a la tragedia argenta: El Pelusa. Capítulo 7



El Pelusa no escapó a la tragedia que le marcaba su destino. Hombre bueno, si los había. Este personaje, emprendedor y creativo por naturaleza, había estudiado por muchos años y, una vez recibido, encaró un par de proyectos que poco tenían que ver con sus estudios, pero le fue muy bien, sin lugar a dudas.
El Pelusa tenía un restaurante que le dejaba provechosas ganancias y una empresa de distribución de materiales para la construcción (o algo por el estilo). Tenía el éxito entre sus manos, sin codicia ni arrebato. Éxito puro y bien merecido. Se había casado con una bella mujer, con quien tuvo dos hijas y con quien viajó por tantos lugares como estrellas hay en el firmamento.
De la mano de un presidente argento llegaron los tiempos que precedieron la tragedia que culminaría en catastróficos eventos para el argentino medio pelo de Jauretche. Este presidente que instauró la pizza y champagne como modelo económico y social para unos pocos, llamados por algunos los cómplices de la debacle antológica nacional, sería quien introduciría los cambios macroeconómicos que –no azarosamente— mandaron finalmente al Pelusa a la bancarrota.
El Pelusa comenzó perdiendo el negocio logístico de entrega de materiales. Cubría monetariamente cada pérdida con el sudor y el esfuerzo del negocio todavía triunfante: el gastronómico. (Claro, en la sociedad de la pizza y champagne todavía había espacio para ciertos lujos). No obstante, cada ahínco por sostener sus logros pasados en el presente lo hundía cada vez más en sus fracasos futuros. Finalmente, el Pelusa quedó patas para arriba y sin un mango.
La mujer del Pelusa, siempre atenta y amorosa, abandonó al desafortunado marido, quebrado (y depresivo), y partió con sus hijas hacia otro hogar. (No alcanza este relato para describir la naturaleza abominable de este ser humano que vivía a expensas del entusiasta). Fueron tiempos difíciles para el Pelusa, sin duda,  aquellos en los que se instalaría una plataforma en Córdoba, para enviar cohetes a la estratósfera que llegarían rápidamente a Japón.
El Pelusa, arruinado y sin motivos para no suicidarse, buscó desesperadamente una salida a tanto horror que lo sacudía y encontró una changa en un país vecino. El país de bandera verdeamarelha le dio nuevamente respiro al cabo de unos años, y fue entonces que el Pelusa decidió volver. Su ingrato país lo esperaba con más sorpresas, cual caja de pandora. Un amigo le ofreció un empleo simple y un techo temporario, y él aceptó con extrema humildad y gratitud.
El Pelusa, el ingeniero emprendedor quien otrora sostuvo dos exitosas empresas, ahora se encontraba manejando un transporte para pasajeros empleados de alguna corporación extranjera, con base en las afueras de la capital porteña. Ya no estaba el señor de las patillas amplias en la presidencia. Ya no estaban las empresas que el Pelusa había constituido. Ya no estaban los sueños que se diluyeron en la extrema amargura que el destino tenía reservada para él –la tragedia de nuestro héroe no fue distinta a la de otros, sino más bien, un calco repetitivo de la de tantísimos fantasmas—.
El transporte partía a las cuatro de la tarde para llevar a los trabajadores del barrio de Balvanera a zona norte, y volvía a las cinco y media desde el norte con otra tanda de personas hacia los pagos de Congreso. Esta rutina se mimetizó tanto con el Pelusa que ya no se distinguía la furgoneta del conductor. La monotonía gris que envolvió al Pelusa lo fue arrastrando a una prolongada congoja y  a una tristeza infinita.
Una tarde, el Pelusa no apareció en la parada de Balvanera como de costumbre. Los pasajeros, indignados ante tal situación, que no les permitía llegar a sus cálidos hogares en horario, llamaron furiosos al amigo del Pelusa (dueño de la empresa de transporte), para destripar con argumentos medio pelo lo poco que podría quedar del protagonista –ya casi espectral—. Lo cierto es que el amigo del Pelusa poco supo decir, y de hecho no encontró a su amigo ni a la furgoneta, nunca más. No sería la primera ni la última vez que al Pelusa se le daba vuelta todo...

Se dice en el barrio de Balvanera, que quien se atreva a adentrarse en la zona de Congreso por las noches podrá ver, desde una esquina brumosa y espeluznante, una furgoneta transfigurada de aspecto difuso que carga fantasmas a las cuatro —de la madrugada— de manera rutinaria y gris, para cumplir con las mismas actuaciones nocturnas. Se dice que el Pelusa ahora forma parte del batallón espectral que canta los ditirambos a la tragedia de aquellos héroes que, destinados al fracaso, comparten los callejones oscuros, fríos, repletos de prostitutas, mendigos y borrachos del barrio de Balvanera.

Algunos juran haber visto a Carlos en la furgoneta del Pelusa, compartiendo algún que otro cigarrillo cómplice y cargando con más humo la brumosa atmósfera nocturna. Entre Carlos y el Pelusa, los silencios eran gratos e implicaban el reconocimiento mutuo de la fragilidad humana, de las causalidades fantasmagóricas que los conducían por esos lares, y de la grandeza que hay en la sensibilidad que solo se obtiene cuando se atravesaron tantos infortunios y desdichas.

En seguida, la furgoneta, ya de por sí desvanecida, se pierde entre la neblina, el humo del cigarrillo y los cánticos espectrales, junto a ellos, al compás.

martes, 30 de agosto de 2011

Un ciclo es un espejo. ojepse nu se olcic nU. Capítulo 6



¿Era el tiempo, acaso, una unidad mensurable para estos fenómenos de características esotéricas? ¿Era, por ejemplo para Carlos, lo mismo que pasaran 20 días o 20 años? ¿Qué importancia tendría esto en sus existencias? ¿Serían eternos en tanto no cumplieran con su misión?

Lo cíclico de sus cánticos monotemáticos parecía ser la regla primordial de su comportamiento cuasi obsesivo. Estos cánticos embelesaban los oídos temerosos de aquellos habitantes que, jurando no transformarse en uno de aquellos, posaban junto a sus celosías escuchando el armonioso sonido de esta banda cautivadora.

¿Cómo cumplir una misión cuando uno se encuentra encerrado en un devenir cíclico que le hace repetir una y otra vez la misma acción? Pareciera que estos condenados al fantasmagórico surrealismo del barrio de Balvanera se adentraban cada vez más en sus desgraciados destinos.

La infinitud que representaba esta situación paradójica, algunos la compararon con la proyección de la imagen de dos espejos enfrentados que ya Jorge Luis Borges había planteado en sus obras. La eternidad fantasmal era un abismo vertiginoso para aquellos que no estuvieran dispuestos a enfrentarla.

De esta forma, solamente los fantasmas más valientes de los callejones de Congreso podrían romper esa rutina esclavizante que los ataba a la misma condición que ellos garantizaban detestar con profunda convicción. ¿De qué constaba el acto de valentía? Claro, de romper esta reanudación de series parsimoniosas y reconocerlas,  como un hámster histérico que repentinamente reconoce lo estéril de continuar con esa rueda que lo lleva siempre a ninguna parte.

Así, quizás, estos fantasmas podrían ir resolviendo los misterios que los habrían ido trasladando a su situación contemporánea. Pero al igual que ocurre con la felicidad de las personas, no todos lo conseguirían por el mismo camino, ni con la misma disolución del ciclo. Es que los caminos son las aventuras que dejaron surco por detrás, y cada surco es una marca única y personal –o debiera decirse: y “fantasmal”—.

sábado, 20 de agosto de 2011

La mala suerte de los fantasmas. Capítulo 5



Otra de las conjeturas a la que habían arribado los matemáticos fue que estos fantasmas compartían lo que dieron en llamar un “denominador común”. Algo los identificaba y los hermanaba a la vez. Aparentemente, este denominador común sería una combinación de mala suerte y fracaso. Nunca obtuvieron, aquellos científicos de lo abstracto, la ecuación exacta para esta combinación, puesto que ellos mismos aceptaban ser un tanto fantasmagóricos, lo cual significaba que eran también medio fracasados.

Cuentan que, entre los fantasmas, estaba Carlos, un hombre alto y delgado de facciones poco seductoras e hipocondríaco, quien había caído una vez en la guardia de un hospital por una simple gripe. Los médicos le indicaron reposo en una de las salas hasta ser examinado por los especialistas. La demora hizo que Carlos se quedara dormido y, por error, una enfermera lo trasladó al segundo piso de la institución, donde había pacientes en condiciones terminales. Lo único que recordó fue el motivo por el cual había llegado al hospital cuando, al día siguiente, le detectaron un virus irreconocible por el cual terminó en una sala terapia intensiva en el cuarto piso. 

Carlos tenía pocos familiares y un puñado de amigos con demasiadas ocupaciones, con los que ya no conseguía frecuentar como en tiempos remotos. Al principio, algunos familiares lo visitaron y lloraron al pie de su cama las primeras semanas y, al caer en una especie de estado vegetativo y con el correr de los días, ya nadie volvió a pasar por su habitación del cuarto piso. En las reuniones familiares comenzó a percibirse una profunda omisión de aquel tema, que intentaban cubrir con banalidades y conversaciones de lo más inusitadas bajo un manto de complicidad aunada. 

Dicen por el barrio de Balvanera, que Carlos canta a coro y con nostalgia la mala suerte compartida por tantos otros desafortunados que la vida ha ido llevando a aquellos pagos desconocidos, a aquellos lares fantasmales. Pero también se dice que en la participación armónica de los fantasmas del Congreso, Carlos pudo encontrar esa calidez amistosa de los que comparten el mismo derrotero, sin honores ni ventajas.


Nota aclaratoria: la imagen de arriba fue tomada del sitio http://arconazul.wordpress.com/tag/mayorga/ donde MALA SUERTE publica su presentación en Valladolid de su sexto trabajo: “ENGANCHADOS”. “Carlos” es un personaje ficticio, que nada tiene que ver con el retrato mostrado de manera figurativa más arriba. 

sábado, 13 de agosto de 2011

La lógica tras las historias. Capítulo 4



Después de un tiempo de comenzados los escalofriantes escenarios nocturnos que se montaron sobre las calles de Balvanera, empezaron a difundirse, como era de suponer, diversas especulaciones sobre los motivos de tal situación inexplicable.

No tardaron los parapsicólogos en dar sus primeros atisbos sobre los orígenes de aquellas imágenes espectrales, mencionando espíritus del más allá que habrían quedado más o menos enclaustrados entre la Divina Providencia y los tormentos de Hades. Incluso, estos pseudocientíficos habían intentado comunicarse a través de médiums tantas veces como la cantidad de frustraciones logradas en tales intentos fallidos.

Más tarde, salieron los filósofos y teólogos a buscar explicaciones existenciales que podrían haber acabado con la histórica búsqueda de los anhelos más ansiados por la humanidad desde los tiempos de Sócrates y Platón. Esto podría haber ocurrido, de no ser por la incompetencia que caracterizó sus enunciados argumentativos pretendiendo demostrar lo que ya algún otro filósofo griego había planteado hacía siglos, luego de una fuertísima ingesta alcohólica. 

Por último, sin ningún tipo de recelo, aparecieron grupos de matemáticos, quienes intentaron desafiar la astucia de los atrevidos planteos filosóficos y paranormales que habían causado un gran impacto luego de las primeras conjeturas publicadas. Los matemáticos partían de la hipótesis de que la sumatoria de las partes debería dar como resultado la totalidad de la población de Balvanera y que, censando la población actual del barrio y restando la que había antes, podría estimarse, aproximadamente, la cantidad de ánimas que merodeaban los callejones en los anocheceres. Con esto demostrarían la existencia de las almas y una serie de cosas que no viene al caso comentar puesto que, una vez más, se encontraron con un rotundo fracaso, debido a una falta de datos estadísticos confiables y una escasa popularidad entre las masas mediáticas.

¿Cuál era el mecanismo o lógica de este fenómeno fantasmagórico? ¿Acaso tenía, para este entonces, algún tipo de importancia? ¿Eran aquellos espectros las representaciones de las personas que habían caído en el error de pasear por las noches del barrio de Congreso? ¿O esas figuras espectrales eran tan sólo llos retratos de las historias que ellas cantaban incesantemente? ¿Qué diferencias habría entre las historias entonadas y los hombres que las habían encarnado? 

jueves, 11 de agosto de 2011

Las historias de fantasmas. Capítulo 3



Eran multitudes fantasmales las que acosaban, para ese entonces, a las calles céntricas del barrio de Balvanera. Algunos dicen que no se sabía bien si aquellas neblinas nocturnas se debían a los cambios climáticos, ni tampoco si ellos nos estarían convirtiendo en una nueva Londres, o si, en realidad,  eran obra de las mareas espectrales que danzaban de manzana en manzana.

¿A quién no le asustaría una historia así? ¿Qué valiente se atrevería a enfrentar en plena noche la posibilidad de ver en los ojos de un fantasma los sinsentidos sufridos que lo convertirían en uno más de aquella banda solitaria? Solamente un desprevenido o un incrédulo, claro, saldrían de sus casas frente a semejantes condiciones temerarias.

Es así que, con el correr de las noches, los callejones de aquel barrio de apariencia corriente pero materialidad hostil –si es que a aquello se lo podría describir como “materialidad”— se fueron transformando en verdaderos lugares de nadie. Por el entramado vial del barrio conocido como El Congreso podía observarse –si alguien tomaba el coraje de asomarse a la ventana— el mismo vacío que se percibe en las noches de toque de queda. Transmitía la misma sensación fría de una postal totalmente impersonal, con una blanca niebla que cubría densamente sus pasajes, en la cual se iban repitiendo a coro, una y otra vez, las historias que habían llevado a estos espíritus a tal circunstancia. Las Historias de Fantasmas.

lunes, 1 de agosto de 2011

Son muchos los fantasmas. Capítulo 2



¿Qué acciones podrían marcar el destino de un hombre para convertirse en un espíritu que merodea las calles de Balvanera a altas horas de la noche? Dicen que el mayor de los delitos que un hombre puede cometer en vida, es dejarse amedrentar por la rutina. Rutina que trabaja sobre las voluntades como el viento marítimo sobre las rocas costeras –que se disgregan en granos de arena—.

Claro, ¿quién pensaría que esta es la falta que llevaría a alguien a ser el Fantasma? ¿Acaso la mediocridad de los actos cotidianos sería el motivo de su consagración fantasmal? Era quizás la falta de aventuras la que hundía a este ser al más profundo de los olvidos. En un impecable sistema de relojería, ningún engranaje se destaca de manera especial.

¿O acaso ha pasado alguno de ustedes, lectores, por un muro de ladrillos y ha detenido su atención sobre uno en particular?

Entonces un ser gris, sin tonos notorios, no es quizás digno de merecer un reconocimiento particular. No haber cuestionado y enfrentado las convenciones que se dieron por establecidas lo transformaban en un individuo más, asediado por las reglas de un entorno que jamás hubiera considerado suyo en otras circunstancias.

Se dice que cuando uno camina por las calles de Balvanera por las medianoches, puede escuchar un canto nostálgico y más bien nocivo para el oído del entendido. Dícese que quien se cruza al Fantasma en alguna esquina, al verlo a los ojos, se ve a sí mismo. Que el reflejo en el espectro lo conduce al observador a cuestionarse innumerables cosas –entre ellas: ¡por que demonios habría salido a pasear aquella noche!, si normalmente no lo hacía—.

Dicen que quien lo cruza por las calles de Balvanera e intercambia aunque sea unas breves reflexiones –como por ejemplo: “¿Cuál es el sentido de nuestra efímera existencia y el destino de nuestra alma?”, u otras  como: “¿Tenés un pucho, campeón?”— termina transformándose en su condición espectral y comienza a transitar las calles del suburbio sin rumbo, sin destino y sin razón.

Dicen que ya son incontables los Fantasmas en Balvanera –como los granos de arena— y que los cánticos son coros y que el riesgo de cruzarse con el Fantasma en una esquina es tan alto que no se recomienda adentrarse en ese barrio. Por las noches en la Plaza Miserere los coros cantan las historias que los llevaron a vagar bajo su cielo cenizo, entre casas tomadas y el zigzagueo de los ebrios.

Tantas son las historias que ya nadie recuerda al Fantasma que dio origen a esta. Tantos son los fantasmas que ya nadie recuerda al del Don SOS, y nada que no se recuerde existe, y por ende se diluye con el olvido que día a día se adueña de los visitantes en los pasajes de la milonguera Balvanera.