Es imposible entender la vida actual sin números. Parece
mentira pensar cuánto dependemos de ellos. Te veo a las seis de la tarde, afuera
hay quince grados, San Lorenzo zafó del descenso directo con veinticinco puntos, el dólar
ya no se sabe si está a cuatro con cincuenta, cinco o seis pesos, etc.
Usamos los números para definir las realidades, usamos los
números para simplificar lo complejo, para darle forma a lo heterogéneo. Los
animales no. Los animales no comen a las trece horas, lo hacen cuando hay hambre
y cuando la presa está a mano. Los animales no distinguen las diez mil hectáreas
del campo de los “Martínez Ocampo” ni las defensas que lo separan de las cien
hectáreas de la chacra de Don Aurelio.
No podemos escapar de frases como no hay dos sin tres, no
hay mal que dure cien años, veinte años no es nada. Muchas obras quedarían
obsoletas sin la precisión contundente que indican los números: cien años de
soledad, las mil y una noches, los tres chiflados, Blancanieves y los siete
enanitos, etc. Nadie imagina a Alí Babá y “un montón de” ladrones.
La claridad de los números pareciera ser una lucha humana
contra el desorden entrópico que marca la vida.
Números, números, números, pensaba, mientras me preguntaba
cuántos relatos voy a escribir, cuántos escribí, cuántos libros leí este año,
cuántas páginas me quedan para terminar el que estoy leyendo ahora, cuántos
minutos me quedan para ir a dormir, cuántos días faltan para que llegue otro
fin de semana, cuántas semanas para las próximas vacaciones. Números, números,
números, un TOC necesario en una sociedad tan humana como enferma.
Esta publicación se terminará en cinco palabras, cuatro,
tres, dos, una…