“Y, ¡vos dale!”, “…una mancha más al tigre”, “total, ¿qué puede pasar?”. Esas y otras frases de similar calaña forman parte de una enciclopedia implícita en la vida de los argentinos.
Esto ocurre en todas las esferas
de la cotidianeidad sudaca. Desde el técnico que pega con un chicle el
picaporte hasta con el funcionario público que implementa una medida que afecta
a millones de personas de la noche a la mañana, porque “le pintó”.
Dios va pasando a tener cada día
un rol más y más protagónico en esta sociedad, ya que Él está en todo aquello
que el hombre desconoce. “¿Quiénes son los culpables de tal evento?”, “¿Cuándo
fue la última vez que se reparó esto?”, “¿Quién se encarga de aquello?” son
enigmas tan profundos como la Santísima Trinidad para la Iglesia Católica.
Otro rol importante en este
contexto es el del destino, la suerte ordena el cosmos de tal forma que nos
permite la inimputabilidad, invulnerabilidad y supervivencia. Este mundo
caótico se presenta como una amenaza que, gracias a Dios y con un poco de
suerte, zafamos de sufrir.
La lucha entre Dios y la suerte
por escalar a la primera posición en el podio argentino de la filosofía de “la
atamos con alambre” genera que, ocasionalmente, algún tren choque o algún
barrio se inunde. Por suerte Dios es – ¿o debería decir
“son”? – lo suficientemente generoso para volver todo a su curso normal. Es
decir, el de no clavar ninguna chapa y que cuando venga la tormenta la zafemos
rezando.
Está claro el motivo del
crecimiento de las prácticas espirituales. Es mejor atarse a lo desconocido que
a esto, ya que cuando uno lo conoce un poco, se puede creer cualquier cosa. “Más vale
malo conocido…” dijo alguien un día, y así nos fue…
A mi público le dedico algunos
párrafos, ya que venían escaseando en el blog. Atando la nota con alambre desde
la cama, que si Dios quiere y la suerte lo permite, será leída y contemplada
por alguien, ¡mal que le pese!
¡Abrazo! ¡Vos, fumá!