viernes, 13 de julio de 2012

Historia de una tormenta (parte uno)

PARTE 1: LA ZARPADA DE FORT LAUDERDALE


 
Tantas veces pensé en relatar este episodio como tantas veces renuncié a hacerlo. Renuncié por miedo a no poder serle fiel a los detalles precisos con que se desenvolvieron los hechos, por temor a transformar un hecho tan relevante en un relato más, sin la trascendencia y el impacto que tiene en mi memoria. Quizás tendría que haber desistido para siempre, pero hoy estoy cometiendo el error de intentar reconstruir los instantes vivos y únicos de aquel episodio marítimo.

Tenía dieciséis años, llevaba dos de navegar y un entusiasmo por la náutica que hubiese infundido temor a más de algún corredor de regatas desde la cuna (en aquellas bañeras flotantes que llaman Optimist). Nos metimos en un proyecto con mi familia (mi hermana, mi padre y mi madre) y otras cinco personas más: dos muchachos de unos treinta años (mi edad actual), mi profesor de náutica de aquellos años entrañables y dos piratas más, uno, dueño de una flota de taxis y el otro, un periodista mediático de la radio. El velero, un cuarenta y dos pies de eslora (unos doce metros de largo, en el castellano barrial). El puerto de salida, Fort Lauderdale en Florida (suena algo así como “Forloderley”).

Aquella se trató de una travesía de una semana por los cayos de la Florida (Florida Keys), donde pondríamos en práctica nuestros conocimientos. Para ese entonces había aprobado los cursos de timonel y de patrón junto a mis viejos, con el único inconveniente de que por ser menor de edad no me dieron mi brevet (algo así como la licencia para conducir vehículos que flotan en el agua). Disfrutaríamos de una experiencia inolvidable. Y así fue.

Como marineros de río, la primera sensación al lanzarse a la mar en un velero fue que hasta ese momento nos habían engañado con eso de que éramos timoneles en aquel charco triste del Río de la Plata. La segunda sensación fue que el velero en el mar era igual de insignificante que una cáscara de nuez en una pileta cargada de niños que generan ondulaciones en su superficie. La tercera sensación, claro está: fue mareo. El mareo de la primera zarpada al mar habría podido voltear a más de uno, y creo que dentro de ellos estuve yo. Rápidamente mi mente encontró un dulce equilibrio al producir una suerte de sueño que compensó ese mal momento. Luego, con el correr de las horas, fui recomponiéndome y haciéndome dueño de aquella cáscara que fue mi único terreno firme en medio de la inmensidad del océano aturdidor. Ese hermoso escenario sin límites que es el mar abierto y esa práctica de amantes que se llama navegar.

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Ilustración a modo de orientación geográfica del relato

3 comentarios:

  1. muy bien!!! ha descripto el escenario y, parte de sus sensaciones... y, lo ha cortado justo para dejarme con la intriga... estare sumamente atenta a la parte 2...

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  2. jajaja buena onda, gracias por la intriga! saludos!

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  3. Ya está redactada la Parte 2 y en etapa de revisión antes de salir....! Saludos!

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