jueves, 11 de agosto de 2011

Las historias de fantasmas. Capítulo 3



Eran multitudes fantasmales las que acosaban, para ese entonces, a las calles céntricas del barrio de Balvanera. Algunos dicen que no se sabía bien si aquellas neblinas nocturnas se debían a los cambios climáticos, ni tampoco si ellos nos estarían convirtiendo en una nueva Londres, o si, en realidad,  eran obra de las mareas espectrales que danzaban de manzana en manzana.

¿A quién no le asustaría una historia así? ¿Qué valiente se atrevería a enfrentar en plena noche la posibilidad de ver en los ojos de un fantasma los sinsentidos sufridos que lo convertirían en uno más de aquella banda solitaria? Solamente un desprevenido o un incrédulo, claro, saldrían de sus casas frente a semejantes condiciones temerarias.

Es así que, con el correr de las noches, los callejones de aquel barrio de apariencia corriente pero materialidad hostil –si es que a aquello se lo podría describir como “materialidad”— se fueron transformando en verdaderos lugares de nadie. Por el entramado vial del barrio conocido como El Congreso podía observarse –si alguien tomaba el coraje de asomarse a la ventana— el mismo vacío que se percibe en las noches de toque de queda. Transmitía la misma sensación fría de una postal totalmente impersonal, con una blanca niebla que cubría densamente sus pasajes, en la cual se iban repitiendo a coro, una y otra vez, las historias que habían llevado a estos espíritus a tal circunstancia. Las Historias de Fantasmas.

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