lunes, 1 de agosto de 2011

Son muchos los fantasmas. Capítulo 2



¿Qué acciones podrían marcar el destino de un hombre para convertirse en un espíritu que merodea las calles de Balvanera a altas horas de la noche? Dicen que el mayor de los delitos que un hombre puede cometer en vida, es dejarse amedrentar por la rutina. Rutina que trabaja sobre las voluntades como el viento marítimo sobre las rocas costeras –que se disgregan en granos de arena—.

Claro, ¿quién pensaría que esta es la falta que llevaría a alguien a ser el Fantasma? ¿Acaso la mediocridad de los actos cotidianos sería el motivo de su consagración fantasmal? Era quizás la falta de aventuras la que hundía a este ser al más profundo de los olvidos. En un impecable sistema de relojería, ningún engranaje se destaca de manera especial.

¿O acaso ha pasado alguno de ustedes, lectores, por un muro de ladrillos y ha detenido su atención sobre uno en particular?

Entonces un ser gris, sin tonos notorios, no es quizás digno de merecer un reconocimiento particular. No haber cuestionado y enfrentado las convenciones que se dieron por establecidas lo transformaban en un individuo más, asediado por las reglas de un entorno que jamás hubiera considerado suyo en otras circunstancias.

Se dice que cuando uno camina por las calles de Balvanera por las medianoches, puede escuchar un canto nostálgico y más bien nocivo para el oído del entendido. Dícese que quien se cruza al Fantasma en alguna esquina, al verlo a los ojos, se ve a sí mismo. Que el reflejo en el espectro lo conduce al observador a cuestionarse innumerables cosas –entre ellas: ¡por que demonios habría salido a pasear aquella noche!, si normalmente no lo hacía—.

Dicen que quien lo cruza por las calles de Balvanera e intercambia aunque sea unas breves reflexiones –como por ejemplo: “¿Cuál es el sentido de nuestra efímera existencia y el destino de nuestra alma?”, u otras  como: “¿Tenés un pucho, campeón?”— termina transformándose en su condición espectral y comienza a transitar las calles del suburbio sin rumbo, sin destino y sin razón.

Dicen que ya son incontables los Fantasmas en Balvanera –como los granos de arena— y que los cánticos son coros y que el riesgo de cruzarse con el Fantasma en una esquina es tan alto que no se recomienda adentrarse en ese barrio. Por las noches en la Plaza Miserere los coros cantan las historias que los llevaron a vagar bajo su cielo cenizo, entre casas tomadas y el zigzagueo de los ebrios.

Tantas son las historias que ya nadie recuerda al Fantasma que dio origen a esta. Tantos son los fantasmas que ya nadie recuerda al del Don SOS, y nada que no se recuerde existe, y por ende se diluye con el olvido que día a día se adueña de los visitantes en los pasajes de la milonguera Balvanera.


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